Hace ya quince años que entró en vigor el euro. Fue solo dos años después de que pasáramos del siglo XX al XXI sin sufrir males mayores. Qué tiempos. Con el cambio del milenio se iban a apagar todos los ordenadores del mundo, provocando un colapso que ni las siete plagas de Egipto. Pasamos de un siglo a otro y ya en 2002, con el comienzo del año, se puso en marcha lo que los jerarcas de Bruselas llamaron “circulación de la moneda única”. Para que luego digan que la prensa escrita no es didáctica, desde varios meses antes de que el euro cambiara nuestras vidas, los periódicos publicábamos las cifras en pesetas y entre paréntesis escribíamos su equivalente en euros. Costó lo suyo adaptarse al euro, así que andábamos todo el día calculando en pesetas y echando mano de los convertidores. Descubrimos el redondeo (normalmente al alza) y en la memoria colectiva quedó grabado que el euro encareció los precios. A las nuevas generaciones, el euro o el franco a 25 pesetas les suena tanto como a nosotros los reales. El caso es que ayer me preguntaron a bote pronto cuántos millones de pesetas se ha embolsado el tipo que ha cantado bingo con el Euromillones sellado en Irun, y me costó dar con la cifra. 25.880.509 euros. ¿Cuántas pesetas son?
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