Hay que tener toneladas de
capacidad de sacrificio y sufrimiento para soportar una sensación
térmica de 70 grados bajo cero a 8.000 metros de altura. Y otras tantas
toneladas de sangre fría y sentido común para darte la vuelta cuando
tienes el objetivo, no a mano, pero sí más cerca que nunca. Alex Txikon
se enfrenta estos días a un imposible en las laderas del Everest.
Escalar el techo del mundo sin oxígeno embotellado ya es de por sí una
hazaña al alcance de pocos. Menos de 200 de las más de 4.500 personas
que han pisado el Chomolungma lo han hecho sin recurrir al oxígeno
artificial, considerado como una especie de doping en el mundo
del himalayismo. Si ascender en verano con tus propios pulmones ya es
una proeza, en invierno es complicadísimo (solo tres alpinistas lo han
conseguido pero sin cumplir estrictamente el criterio de iniciar y
acabar la expedición en fechas invernales). Txikon ha encontrado en las
expediciones extremas un hábitat en el que se siente a gusto, aunque
suene contradictorio, y no cejará en su empeño de ascender la cima más
célebre del planeta. Pero como sucede en el caso del K-2, el único ochomil virgen en invierno, necesitará (ojalá me equivoque) más medios económicos, materiales y humanos para lograr la gesta.
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