Formo parte de esa inmensa
mayoría de padres que cada fin de semana o cada quince días acudimos a
ver competiciones de deporte escolar sin más pretensión que la de
animar. Si ganamos, bien; si no, también. Nunca salimos en los titulares
de prensa por nuestro buen comportamiento. Por pura casualidad, este
año me propusieron arbitrar el típico partidillo entre dos equipos de un
mismo club. Un amistoso de chavalas de 10-11 años. Como no sé decir que
no, de un partido salió otro (ya de competición) y ya llevo más de
media docena con el silbato colgado al cuello. Confieso que la hora y
poco que dura el partido es el peor rato que paso de toda la semana.
Nervioso es poco. La experiencia me ha permitido comprobar in situ
el comportamiento de padres y madres, entrenadores y jugadores. Como en
botica, hay de todo, pero se repite un patrón: los equipos son a modo y
semejanza de sus entrenadores. Si el técnico es protestón, sus
jugadores también lo son. Si es irrespetuoso con el rival y con los
árbitros, ídem de ídem. La imagen que proyecta un entrenador es el
reflejo de su equipo. A veces la mala educación se suma a una
competitividad extrema (estamos hablando de deporte escolar), un caldo
de cultivo para que salten chispas que acaban en peleas y titulares en
la prensa.
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