sábado, 15 de abril de 2017

Ataque de celos

al entonces lehendakari Patxi López, el alto el fuego permanente, general y verificable de ETA del 20 de octubre de 2011 le pilló montando en un tren entre Nueva York y Washington, de viaje oficial por EEUU. Lo que se dice en fuera de juego. Al obispo de Donostia, José Ignacio Munilla, el desarme oficializado el pasado sábado 8 de abril no se sabe dónde le pilló, si rezando el rosario o en misa de par de mañana. El caso es que ha demostrado una vez más, y ya van unas cuántas, lo lejos que se encuentra su púlpito de lo que palpita en la comunidad cristiana de base. Doy por hecho que la inmensa mayoría de los católicos guipuzcoanos bendicen el acto del desarme de la organización armada que se celebró en el Ayuntamiento de Baiona y que tantos sarpullidos ha provocado en el prelado. A Munilla le pareció “un acto en el que querían escenificar no se sabe qué”. De semejantes palabras cabe deducir, o que tenía un ataque de celos por la presencia de Matteo Zuppi; o que trataba de echar balones fuera ante el irrelevante papel que ha jugado la jerarquía eclesiástica vasca en el desenlace del camino hacia la paz y la reconciliación. La presencia de Zuppi contrasta con la nula implicación de los cinco obispos vascos en un momento tan histórico como trascendental. Ver para creer.

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