al entonces lehendakari
Patxi López, el alto el fuego permanente, general y verificable de ETA
del 20 de octubre de 2011 le pilló montando en un tren entre Nueva York y
Washington, de viaje oficial por EEUU. Lo que se dice en fuera de
juego. Al obispo de Donostia, José Ignacio Munilla, el desarme
oficializado el pasado sábado 8 de abril no se sabe dónde le pilló, si
rezando el rosario o en misa de par de mañana. El caso es que ha
demostrado una vez más, y ya van unas cuántas, lo lejos que se encuentra
su púlpito de lo que palpita en la comunidad cristiana de base. Doy por
hecho que la inmensa mayoría de los católicos guipuzcoanos bendicen el
acto del desarme de la organización armada que se celebró en el
Ayuntamiento de Baiona y que tantos sarpullidos ha provocado en el
prelado. A Munilla le pareció “un acto en el que querían escenificar no
se sabe qué”. De semejantes palabras cabe deducir, o que tenía un ataque
de celos por la presencia de Matteo Zuppi; o que trataba de echar
balones fuera ante el irrelevante papel que ha jugado la jerarquía
eclesiástica vasca en el desenlace del camino hacia la paz y la
reconciliación. La presencia de Zuppi contrasta con la nula implicación
de los cinco obispos vascos en un momento tan histórico como
trascendental. Ver para creer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario