sábado, 1 de abril de 2017

La cajita

Con todo su buen corazón, un familiar nos regaló sendas cajitas de esas que te prometen vivir un instante, dos días o una escapada irrepetible que recordarás toda tu vida. Durante meses las cajitas permanecieron en la estantería, muertas de risa, hasta que un mal día decidí canjearlas por una de esas experiencias de ensueño que dicen que te transportan a un estado de absoluta felicidad. Así que apunté el código, llamé al establecimiento que previamente había escogido y comenzó una pesadilla que acabó por convertir el detalle en un regalo envenenado. Primera sorpresa. “Aunque el regalo no ha caducado, los códigos son antiguos. Tiene que pedir los nuevos códigos a la empresa que vende las cajas”, me dijo una voz angelical. Seis llamadas a un 902 y tres días después, a pesar de contar con sendos códigos nuevos, tampoco fue posible canjear los dichosos regalos. Durante ese tiempo me perdí en una maraña de registros de las cajitas, registro en la web de la empresa, códigos, reembolsos del importe de más a pagar y no sé cuántas gestiones. He pagado más dinero por llamar al 902 que por el propio coste de las cajitas. Una está disponible y la otra está perdida en el limbo de Internet. La empresa es un compuesto de sumar un nombre de un Estado de EEUU (da igual norte o sur) y la palabra caja en inglés. Pitorreo es poco.

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