Pruebe a calzarse unas
zapatillas. Ahora corra 100 metros lisos en 17 segundos (para que se
haga una idea, Valentín Rocandio ostenta el récord de Gipuzkoa con 10
segundos y 45 centésimas desde hace 29 años). ¿Complicado? ¿Se ahoga?
¿Ha tenido que hacer el sprint de su vida, como cuando le perseguían los grises?
Si ha conseguido cubrir esos 100 metros en 17 segundos, intente ahora
mantener ese ritmo durante 42 kilómetros y 95 metros. Si lo consigue,
habrá igualado la marca que logró el sábado pasado Eliud Kipchoge en el
autódromo de Monza (Italia). Las dos horas y 25 segundos que invirtió el
atleta keniano en completar el maratón no han sido homologadas y han
suscitado un enorme debate en el mundo atlético, pero, más allá de pros y
contras, de críticas y loas, de si era una gigantesca campaña de
marketing, que lo era, o de que le ayudaron liebres que se iban
turnando, me quedo con que un ser humano sea capaz de recorrer semejante
distancia a semejante ritmo en semejante tiempo. Si practica el running,
o sea, lo que toda la vida hemos conocido y conocemos como correr, sabe
de qué hablo. Correr un kilómetro en dos minutos y 50 segundos es una
barbaridad. Hacerlo 42 veces seguidas es de otro mundo.
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