advertencia: si está usted
desayunando, comiendo, cenando o tiene entre manos algún alimento
sólido o líquido que vaya a ingerir, absténgase de seguir leyendo. Esto
va de apretones. Conozco a más uno y de dos amigos que, si salen una
semana de vacaciones, vuelven a casa sin visitar un solo día al señor
Roca. Regresan con una incipiente tripa, no vinculada precisamente a la
ingesta de cervecitas, que también. Son gentes que, sin sufrir
estreñimiento, son incapaces de soltar lastre si no es en el trono de su
casa. No echan una boya ni en un cinco estrellas. La cara opuesta son
aquellos que plantan un pino nada más aterrizar en el destino o aquellos
otros que se encierran durante largo tiempo en los servicios, se llevan
las obras completas de Benito Pérez Galdós y salen del excusado con
calambres que ni en la prórroga de la final de la Champions. Que de todo
hay en la viña del señor. Luego están apretones como el que sufrió el
bueno de Tom Dumoulin camino del Umbrail Pass o, si prefieren, el paso
de Giogo di Santa María. Un momento All-Bran que pasará a los anales
(con perdón) del Giro. Un ataque intestinal que puede costarle la
carrera y que pasará a formar parte de esas mil y una historias que
hacen del ciclismo y de la corsa rosa un espectáculo sin parangón.
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