miércoles, 3 de mayo de 2017

Ueli Steck, la locomotora suiza que pulverizaba récords

Del grupo de catorce escaladores que en mayo de 2008 trataron sin éxito de rescatar a Iñaki Ochoa de Olza, Ueli Steck (Langnau im Emmental, Suiza, 4 de octubre de 1976) fue el primero en llegar a la tienda, instalada a 7.400 metros, en la que el montañero navarro trataba de agarrarse a la vida. No fue casual. Steck destacó a lo largo de toda su carrera por la velocidad de sus gestas.
Dotado de unas cualidades físicas descomunales, el alpinista suizo tachaba las montañas de su lista de objetivos a una rapidez endiablada. Llevó el estilo alpino (subir montañas muy ligero de material, casi con lo imprescindible) a su máxima expresión. Y lo hacía tanto en el temible Annapurna del Karakorum como en un cuatromil de los Alpes.

Steck, carpintero de profesión, se dio a conocer en el mundo del alpinismo por la eléctrica destreza que exhibía para derribar los récords de ascensión en las paredes norte de los grandes picos de los Alpes. El 16 de noviembre de 2015 escaló los 1.800 metros de la pared norte del mítico Eiger (3.970 metros) en dos horas, 22 minutos y 50 segundos. La ascension relámpago, resumida en tres minutos, se puede ver en Youtube y deja los pelos de punta. Para hacerse una idea de la hazaña, basta decir que Reinhold Messner y Peter Habeler tardaron diez horas en 1974. Steck combinaba la escalada de dificultad, el alpinismo, los colosos del Himalaya, correr por el monte y el ciclismo. De aquí que La Máquina Suiza, sobrenombre con el que era conocido en el mundo alpinístico, se planteara en 2015 un reto mayúsculo: ascender los 82 cuatromiles de los Alpes en 80 días, desplazándose de un monte a otro en bicicleta (añadan 1.000 kilómetros). Era su forma de homenajear al francés Patrick Berhault, que en 2004 murió mientras intentaba el mismo objetivo. Steck afrontó el desafío junto a su amigo Michi Wohlleben, que desistió a las dos semanas tras sufrir un accidente cuando descendía en parapente de unos de los cuatromiles. Otro amigo que se sumó a la aventura, Martijn Seuren, que pretendía ser el primer holandés en hollar todos los cuatromiles, falleció al caer en las Grandes Jorasses (4.208 metros).

Steck sumó en los Alpes un desnivel de 100.000 metros y volvió a demostrar que se trataba de un montañero-atleta fuera de serie. Un portento físico capaz de acumular 1.200 horas de entrenamientos para el reto que tenía ahora entre manos en el Himalaya: subir el Everest por el corredor Hornbein y la arista oeste, bajar por la ruta normal de la cara sur, y enlazar con el Lhotse. Dos ochomiles de una tacada, en una travesía -sin oxígeno artificial, por supuesto- jamás realizada en el Himalaya y que mantenía expectante a la comunidad alpinística. Si hubiera culminado este mayúsculo proyecto, sería uno de los candidatos a los Piolet de Oro, el máximo galardón internacional en el mundo del alpinismo. Ya lo consiguó en 2009 por la ascensión en estilo alpino de la cara norte del Tengkampoche y en 2014 por coronar la complicada cara sur del Annapurna en apenas 28 horas. Un éxito que no estuvo exento de polémica ya que reputadas voces acusaron al suizo de no aportar pruebas de su ascensión y de caer en contradicciones. Dos años antes ya había completado la subida y bajada al Shisha Pangma en poco más de diez horas.

Steck es el segundo montañero que muere del grupo que trató de salvar a Ochoa de Olza, ya que anteriormente, el 15 de mayo de 2013, falleció el ruso Alexey Bolotov cuando abría una nueva ruta en la cara suroeste del Everest.

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