jueves, 8 de junio de 2017

El camello

no he fumado un cigarro en mi vida. Tampoco un peta. La única vez que intenté echar unas caladas a un pitillo casi me quemo las pestañas. Torpe que es uno. Que no fume no quiere decir que no frecuente los estancos, mayormente para comprar sellos y sobres. Por circunstancias que no vienen al caso, últimamente estoy haciendo de camello de un fumador que no puede desplazarse de casa al estanco. Cuatro paquetes por viaje. Lo hago sin pensar, no vaya a ser que me entre cargo de conciencia. Dos cosas me llaman la atención: 1) Casi siempre hay en el estanco una mujer que te ofrece probar una marca de tabaco como si fuera una degustación de quesos en un supermercado o un Pastis en Behobia. 2) A los fumadores se las trae al pairo los mensajes (cada vez más llamativos) que muestran las cajetillas. Hacen bien las autoridades sanitarias advirtiendo de lo nocivo que es fumar, para el propio fumador y para quienes le rodean. Pero quizás harían bien en enfocar las campañas antitabaco, además de por los males que provoca el fumeque, por los beneficios que reporta dejarlo. Dice un compañero que es la mejor decisión que ha tomado en su vida. Digo yo que si uno supera el reto de dejar este vicio, puede afrontar cualquier objetivo que se plantee.

No hay comentarios:

Publicar un comentario