no he fumado un cigarro en mi vida. Tampoco un peta.
La única vez que intenté echar unas caladas a un pitillo casi me quemo
las pestañas. Torpe que es uno. Que no fume no quiere decir que no
frecuente los estancos, mayormente para comprar sellos y sobres. Por
circunstancias que no vienen al caso, últimamente estoy haciendo de camello
de un fumador que no puede desplazarse de casa al estanco. Cuatro
paquetes por viaje. Lo hago sin pensar, no vaya a ser que me entre cargo
de conciencia. Dos cosas me llaman la atención: 1) Casi siempre hay en
el estanco una mujer que te ofrece probar una marca de tabaco como si
fuera una degustación de quesos en un supermercado o un Pastis en
Behobia. 2) A los fumadores se las trae al pairo los mensajes (cada vez
más llamativos) que muestran las cajetillas. Hacen bien las autoridades
sanitarias advirtiendo de lo nocivo que es fumar, para el propio fumador
y para quienes le rodean. Pero quizás harían bien en enfocar las
campañas antitabaco, además de por los males que provoca el fumeque, por
los beneficios que reporta dejarlo. Dice un compañero que es la mejor
decisión que ha tomado en su vida. Digo yo que si uno supera el reto de
dejar este vicio, puede afrontar cualquier objetivo que se plantee.
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