cada vez que la exministra
Celia Villalobos abre la boca, sube el pan. Ayer dijo textualmente:
“Hay que hacer una reflexión sobre qué tipo de dirigentes queremos en
todos los ámbitos. A lo mejor queremos alguien que salga de una clausura
y, por tanto, sea pobre de solemnidad y no tenga derecho a tener nada.
No lo sé. Hay que hacer una reflexión”. Vayamos con la reflexión. Es muy
sencilla. Queremos políticos que sean honrados y exigentes consigo
mismos. Políticos que no roben, que no favorezcan a sus amiguetes, que
no amañen contratos, que no mientan, que no cambien de versión un día sí
y otro también, que declaren ante el fisco las cuentas que poseen en
bancos suizos, que demuestren que están capacitados para ejercer el
puesto para el que han sido designados, que cumplan los códigos éticos
que ellos mismos propagan a bombo y platillo, y que sean consecuentes
con lo que pregonan. No es tan complicado. A la política se viene a
servir, sobre todo a los más necesitados, no a servirse. Y sí, a veces
se llega, no desde un convento de clausura sino desde una humilde
vivienda a la que se regresa cuando se acaba la etapa en la política.
Como Pepe Mújica, por poner un ejemplo que, ya que hablamos de
conventos, donaba el 90% de su sueldo a la caridad.
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