Durante el pintxo-pote de los viernes, dos amigos llevan ya unos cuantos meses sosteniendo un debate con posturas enfrentadas, como en los partidos de pelota. Uno sostiene que la bicicleta eléctrica es una suerte de dopaje tecnológico, y el otro, al contrario, cree que es un medio de locomoción que a determinadas personas les permite disfrutar de un deporte y de unos paisajes que resultan inaccesibles con una bici convencional. El uno considera que no tiene ningún mérito montar una bici que avanza casi sin dar pedaladas, y el otro cree que mover la máquina requiere un esfuerzo, sea grande o pequeño. Como es lógico, no se suelen poner de acuerdo, así que el debate se suele eternizar hasta el infinito. Que la ebike ha llegado para quedarse es un hecho. No hay más que escuchar a los profesionales que venden bicicletas. Ya hay incluso marchas cicloturistas que les han hecho un hueco. L’Ariégeoise, un clásica que se celebra todos los años en Tarascon-sur-Ariège, en los Pirineos franceses, permitía este año por primera vez hacer uno de los recorridos, de 73 kilómetros, en bici eléctrica. Eso sí, por aquello de no herir susceptibilidades entre los cicloturistas de toda la vida, los motorizados debían salir diez minutos antes. Que todavía no nos hemos acostumbrado a que nos adelanten con una bici eléctrica.
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