cualquiera que haya
visitado Pamplona en los últimos sanfermines se habrá percatado de que
en la confluencia de la Plaza del Castillo con Carlos III había una
caseta con colas de gente a todas horas. Era el punto de información de
la campaña contra las agresiones sexistas, que el Ayuntamiento instaló
por segundo año. Este servicio no solo ofrecía información sobre cómo
actuar y responder en caso de sufrir un abuso, sino que disponía de
personal especializado durante las 24 horas del día. El Consistorio de
Iruñea ha hecho bandera en la lucha contra una lacra social que hasta
hace nada no salía a la luz, no se denunciaba, y menos se combatía desde
las instituciones y la ciudadanía. Pamplona se ha convertido en un
referente en la defensa de la lucha contra los abusos a la libertad
sexual de las mujeres y ha marcado un camino que afortunadamente está
siguiendo un buen número de municipios vascos. Así que llama la
atención, por lamentable, que en un asunto de este calado, en el que lo
mismo da que un partido sea de derechas o de izquierdas porque lo que
prima es erradicar los abusos, que el exalcalde de Pamplona, Enrique
Maya, escriba un artículo en el que señala que la campaña contra las
agresiones sexistas supone “poner el acento en la peor cara de nuestra
fiesta y ocultar todo lo positivo”. No ha entendido nada.
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