Hace unos días, poco antes de los atentados de Catalunya, Miquel Valls, presidente de la Cambra de Comerç de Barcelona, cargó contra los turistas que acuden a la ciudad condal pero no pernoctan: “El que venga a ver esto como si fuera un parque temático, que vaya a otro lugar. En la Costa Daurada tienen Port Aventura. Si no les basta con eso, ¿por qué han de venir un día a Barcelona? El que venga, que pernocte aquí o que pague una tasa. Este turismo no lo queremos, queremos turismo de calidad”. El tipo queda retratado por sus palabras. No hay peor fobia al turismo que el que mide al visitante por su nivel de ingresos. Ahora sabemos que la calidad del turista depende del tamaño que tenga su chequera. Si viene con una mochila, es un pordiosero, si trae fajos de billetes de 500, le hacemos un reservado en la playa de la Barceloneta. Por estas tierras algún dirigente de la hostelería también ha arremetido contra lo que despectivamente se denomina “excursionistas”. Todos somos visitantes de día en potencia. Excursionistas. Todos los turistas que en verano se alojan en Iparralde y aprovechan para acercarse a disfrutar de las exquisiteces que ofrece Gipuzkoa son excursionistas. Que les pregunten a los hosteleros si son un problema.
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