viernes, 25 de agosto de 2017

Twitter

Estoy registrado en Twitter desde octubre de 2010, o esa es al menos la fecha que figura en la web del pajarillo. Soy más pasivo que activo, o sea, leo más que escribo. Consulto recomendaciones que rebotan personas a las que sigo y, casi sin querer, recibo informaciones interesantes (y no tanto) que de otra forma pasarían de largo. Una norma no escrita dice que debes seguir a quien te sigue. Otra, tampoco escrita pero que me autoimpongo, es contar hasta diez antes de escribir un tuit, pegar un enlace o colgar una foto, por aquello de no arrepentirme de haber publicado algo que no debía. No descubro nada si digo que Twitter se ha convertido en una herramienta muy útil para los periodistas, siempre que se distinga el grano de la paja. Como en botica, hay de todo. Conviene andar con tiento porque las intoxicaciones y las noticias falsas están al orden del día, pero abundan las informaciones que merece la pena leer. Hay mucha frase ingeniosa, lecturas que te reconfortan e incluso usuarios que cada día te arrancan una sonrisa. Luego está la inmundicia. Gentes que se valen de las redes sociales para vomitar todas sus fobias y sus odios. Son los mismos que berrean en una tasca, con la diferencia de que en Twitter les escuchan más de dos paisanos acodados en la barra.

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