Basta con salir un par de días de fiesta para acabar hasta los mismísimos del tal Fonsi, de suDespacito y de todo el reguetón junto. Es muy, muy cansino. El pegadizo tema y toda una suerte de sucedáneos suenan a todas horas en bares, no digamos ya en las barracas. Es un 24 horasnon-stop insufrible. Una tortura psicológica para la que no se conoce tratamiento. Más si no estás dotado para bailar a los sones de los ritmos latinos y caribeños. Si eres de cadera más bien dura, vamos. Desde El baile de los Pajaritos de María Jesús y su acordeón no se conocía semejante turrada. Afortunadamente, sigue habiendo tascas que abren la mano cuando ven a cuarentones que entran por la puerta. Todavía hay por ahí quien pincha canciones de Kortatu, Eskorbuto, la Polla y Barricada, con letras que hoy, en estos tiempos del todo políticamente correcto, llevarían a sus autores a la trena. Pero si un bar quiere triunfar con la música hay una fórmula infalible: los mariachis. Por razones que deberían ser tratadas en una tesis doctoral, en estas tierras nos sabemos de memoria las letras de las rancheras. Con el debido permiso de Emakunde, es sonar El rey, del gran José Alfredo Jiménez, y ponerse la concurrencia a cantar y bailar.
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