En un país que desde tiempo inmemorial vive el cicloturismo como una religión, resulta chocante que esa pasión tenga una visibilidad tan escasa como promoción turística y deportiva. Desde el plano institucional, la nada absoluta. Desde el ámbito privado, hay pequeñas empresas (pocas) que organizan salidas (normalmente dirigidas a turistas extranjeros) para recorrer la Clásica de Donostia (o parte de ella) o la preciosa ruta por la costa, con hamaiketako incluido. Una oferta de ocio que sí se da, por ejemplo, en el ciclismo de montaña, con rutas que unen Gipuzkoa y Navarra en etapas de hasta cinco días, por ejemplo. Al otro lado del Bidasoa, todos los puertos de montaña (por pequeños que sean) tienen indicadores de su porcentaje, su distancia y los tramos kilómetro a kilómetro. Incluso hay señales con carreteras recomendadas para circular con menos tráfico. A este lado de la muga todavía se ven paneles que se instalaron hace 20 años, difíciles de descifrar y en algún caso tapado por la maleza. No se trata de convertir las carreteras de Gipuzkoa en una romería de cicloturistas sino de mostrar itinerarios aconsejables para disfrutar de una afición como otra cualquiera. Pueden empezar editando unos folletos, que cuesta baratito. Y de paso se asoman a la web Altimetrías, una joyita para los aficionados a practicar ciclismo.
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