hay dos preguntas que con
cierta frecuencia nos hacen a los periodistas. Una es si tenemos mucho
trabajo, y la otra es a qué hora empezamos nuestra jornada laboral. A mí
me han preguntado por ambas cuestiones decenas de veces, ya sean
amigos, familiares, vecinos, en la carnicería, en la peluquería, de
poteo y hasta haciendo deporte. Sale en la conversación. Y he comprobado
en esta misma redacción que no soy el único al que se lo preguntan. Por
aclarar, y sin acritud, en la prensa escrita sucede como antiguamente
en los trenes de larga distancia de Renfe, que sabías cuándo salías pero
no a qué hora llegabas. O sea, que más o menos sabemos a qué hora
entramos en la redacción, pero nunca cuándo salimos. Que nos pueden ver
que a las once de la mañana estamos comprando una pescadilla en la
pescadería, pero a las doce menos cinco de la noche andamos cerrando una
página antes de que la engulla la rotativa. Tenemos unos horarios rarunos y unas libranzas también rarunas.
Normalmente llegamos tarde o a todo correr a las cenas con la familia y
los amigos. ¿Y de trabajo qué tal? Pues siempre (o casi siempre) hasta
arriba. Sobre todo desde que se inventó el correo electrónico y nos
bombardean con un buen número de convocatorias y notas de presa sin
interés informativo. No sé si me explico.
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