Católicos, judíos, musulmanes y cristianos evangélicos han hecho esta semana causa común y han firmado un comunicado conjunto en el que denuncian las “constantes y reiteradas ofensas” a los símbolos y sentimientos religiosos, y critican la “tolerancia social incomprensible” hacia lo que consideran ataques a sus creencias. Los máximos representantes de las cuatro confesiones religiosas mayoritarias en el Estado van más allá y piden a políticos, jueces y fiscales que tomen cartas en el asunto. La gota que ha colmado el vaso religioso ha sido el último Carnaval, sobre todo el pregonero de Santiago de Compostela que se vistió de apóstol e insultó a la virgen de El Pilar, y una drag queen de Las Palmas de Gran Canaria que se disfrazó de virgen María. La Iglesia católica se siente atacada porque considera que se traspasa la línea que separa la libertad de expresión y el respeto de la ofensa a símbolos sagrados. Sagrado es también pagar impuestos como el IBI. A mí no me hace gracia que la Iglesia católica no pague el mencionado impuesto o que tampoco abone la tasa sobre construcciones, instalaciones y obras, o que goce de privilegios en la famosa casilla del IRPF. Pero debe ser que yo no tengo sentido del humor.
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