La estampa hubiera sido perfecta, casi idílica, si Mariano hubiera llegado a su nuevo puesto de trabajo en bicicleta. En plan político nórdico. Bici, maletín y casco. Bueno, Mariano no, don Mariano Rajoy Brey, el señor expresidente de la nación, no sea que luego haya rapapolvos como el de Emmanuel Macron, el nuevo Luis XIV de Francia. Que ya nos han dicho que nos tenemos que dirigir a los cargos públicos como hablaba nuestro padre a su madre (o sea, mi amatxi): de usted. Ni en esos programas de la tele en los que el invitado llega hecho un adefesio y sale como un pincel se conocía semejante transformación. Hace cosa de un mes, Rajoy era el tipo más feliz del mundo, con su Madrid ganando la decimonosecuantaChampionsy el partido aprobando los presupuestos de 2018. En un santiamén ha pasado del palacio de La Moncloa a un despacho en Santa Pola. Insólito. Ninguno de los cinco expresidentes españoles había vuelto a su actividad profesional. Ni puertas giratorias, ni Telefónicas, ni gaitas. Regresa al trabajo que dejó hace 28 años. Cobrará más y, mira tú por dónde, en Santa Pola hay un largo paseo marítimo en el que podrá dar rienda suelta a esa afición tan suya de andar corriendo o correr andando. Ya me entienden. Qué cosas.
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