La afición a los toros cotiza a la baja por estas tierras. No lo digo yo, que de tauromaquia sé lo justito. Lo subrayan los cronistas que, llegados de la Villa y Corte, han cubierto este verano las ferias de Donostia y Bilbao. Media entrada (peligro inminente), titulaba hace unos días Antonio Lorca en El País su texto sobre una de las corridas de Vista Alegre. Los rectores del coso pusieron ayer la asistencia negro sobre blanco con cifras. La feria bilbaina ha perdido un 12% de público en un año y eso que, según los datos del Ayuntamiento de Bilbao, más de un millón de personas han visitado la capital vizcaina en fiestas, 200.000 más que en 2017. Los toros están en el menú diario de la Aste Nagusia (hay corridas todos los días), pero salta a la vista que no es plato de gusto para el respetable. La feria de la Semana Grande de Donostia, más corta (cinco jornadas), tampoco se salva del naufragio. Si nos atenemos a las crónicas de Zabala de la Serna en El Mundo, hubo más cemento que público en Illunbe. A lo sumo, dos tardes se completaron tres cuartos del coso, en otras dos solo un tercio y en la inaugural hubo media entrada. Sin entrar a valorar la ola antitaurina y defensora de los animales que ha llegado para quedarse, los números hablan por sí solos.
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