El otro día el expelotari Juan Martínez de Irujo comentaba en una entrevista que, a pesar de que ha estudiado euskera durante tres años en un euskaltegi de AEK, no se arranca a hablarlo en público. Ni siquiera con los chavales a los que entrena todas las semanas. Le vence la vergüenza. No es el único. Diría que abundan quienes entienden euskera, pero tienen pudor a hablar con euskaldunes con quienes tratan a diario. Por miedo a equivocarse, por no hablar de una manera fluida, por no meter la pata, porque no lo han hecho nunca o por todo a la vez. Seguramente, también por comodidad, por no abandonar lo que ahora se llama zona de confort. No sucede lo mismo cuando te cruzas con alguien que no conoces. Cada individuo tiene sus particularidades y su forma de abordar un idioma, pero para alguien que no domina euskera como le gustaría, es más sencillo hablarlo con un euskaldun con el que se cruza por primera vez que con alguien con el que siempre ha hablado en español. Cuesta cambiar el registro. Los niños suelen tenerlo más claro. Saben con qué familiares se entienden en español y euskera, y con quiénes solo en euskera. Si Euskaraldia ha servido para que salgamos de nuestra zona de confort, bienvenidos sean los siguientes 354 días.
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