Manuel Valls tiene un serio problema con la libertad de expresión. El otro día, en la entrega de los premios Nadal y Pla, se puso hecho un basilisco porque uno de los galardonados, Marc Artigau, ejerciendo el muy constitucional derecho a la libertad de expresión, se solidarizó con los presos políticos catalanes. “Siento tristeza y rabia por vivir en un país en que hay presos políticos y el Govern legítimo está exiliado”, dijo textualmente Artigau, que en entrevistas posteriores tiró de ironía: “¿Manuel Valls? No le conozco. ¿Es el fichaje estrella de invierno del PSG?”. El caso es que el paracaidista Valls meó fuera de tiesto y protagonizó el numerito de la velada al gritar desde la mesa de invitados que ocupaba: “¿Es que nadie va a decir nada?”. No acabó ahí el asunto porque luego lanzó un reproche a la delegada del Gobierno: “¿Pero cómo permites esto?”. El típico tic autoritario de un político que ha ido de fracaso en fracaso, al que en Francia no quieren ver ni en pintura y que aterriza en Barcelona como esos fichajes mediáticos que prometen la Liga, la Copa y la Champions, pero al de dos partidos se comprueba que son un bluff. O va a ser que no. Va a ser que Valls lo que quería era chupar titulares, que de eso hay auténticos profesionales en la política.
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