martes, 13 de agosto de 2019
Abejas
El otro día, tropecientas abejas liaron la de San Quintín en pleno paseo de La Concha. Un donostiarra aparcó su bici junto a la Perla para disfrutar de un día de playita y baño, y a la vuelta se encontró que debajo de la sillita para niños se habían hecho fuertes cientos deApis mefilleras, que vienen a ser lo que comúnmente conocemos como abejas. El caso es que da la casualidad de que hace un mes sucedió lo mismo en nuestra casa. Una tarde de canícula, una bandada de abejas se posó en el hueco de la persiana de un balcón. Tenemos (suerte la nuestra) de vecino a Juanito Zelaieta, un Messi en esto de tratar con insectos (es el inventor de la pértiga telescópica con líquido contaminante para combatir a la avispa asiática). Así que se puso manos a la obra. Se enfundó el traje de apicultor, cogió el instrumental y con la paciencia de Job intentó solucionar el entuerto de la única manera posible: hay que meter a la abeja reina en una caja para que le sigan el resto. Al cabo de más de un día, acabó el trabajo y las 40.000 abejas, sí, 40.000, entraron mansamente a la caja. Juanito nos ofreció un máster de cómo hay que actuar cuándo te encuentras semejante pelotón de abejas (luz baja, silencio, rociar con agua), pero sobre todo nos explicó las causas. Llegan a las urbes porque no encuentran en la naturaleza los huecos (árboles viejos con agujeros, por ejemplo) que tenían antes. Algo estamos haciendo mal.
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