Una preparación de cinco meses con sesiones dobles a ese ritmo que solo soportan los corredores africanos, una vida espartana (visitaba a su familia solo los fines de semana), una dieta estricta, una resistencia al sufrimiento poco común, incluso entre deportistas de elite... pero lo importante eran las zapatillas. Reducir el mérito de la marca de Eliud Kipchoge a que usó un calzado que parece que te hace volar es mucho reducir. De todos los peros que se le pueden poner al registro del keniano, me quedo con tres. 1) El circuito no estaba homologado. Nada hace pensar que el trazado no midiera 42 kilómetros y 195 metros, pero tampoco lo contrario. 2) La bebida se la daban en mano desde las bicis, cuando se calcula que en un maratón ordinario se puede llegar a perder unos 15 segundos en cada avituallamiento. 3) No hubo control antidopaje. Cuesta creer que una exhibición en la que los patrocinadores invirtieron doce millones de euros no incluyera una prueba imprescindible para no alimentar las sospechas. Peros al margen y olvidándonos del marketing que envuelve la marca de Kipchoge, es para quitarse la txapela que un tipo corra 42 kilómetros a 21 km/h. Hagan un intento durante unos pocos metros y verán que es extraordinario.
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