viernes, 28 de febrero de 2020

Quemarse la mano

En todos los ámbitos de la vida y de las profesiones existe la figura del típico subalterno que defiende con tanto ahínco la gestión de su jefe, que acaba pasándose de frenada. En nuestro oficio, por ejemplo, hay jefes de prensa (pocos, afortunadamente) capaces de defender hasta el infinito un error de su jefe supremo. Contigo hasta la muerte. Luego la realidad o su propio jefe, cuando rectifica, le devuelven a su sitio. O pongamos que hablamos de Plácido Domingo. Cuando en agosto pasado Associated Press publicó los testimonios de nueve mujeres que denunciaban haber sido víctimas de acoso sexual por parte del tenor (en septiembre la agencia aportó otros once testimonios), no faltaron quienes desacreditaron la información, como si se tratara de una publicación de chichinabo, y quienes criticaron que se manchara la reputación de un caballero, decían, que se viste de los pies a la cabeza. Llegaron incluso a justificar la conducta del tenor "porque eran otros tiempos", como si entonces fuera justificable lo que ahora es injustificable. Hubo incluso quien puso la mano en el fuego por Plácido Domingo (al estilo Felipe González, que también puso la suya por Cháves y Griñán). Y el caso es que la mano se ha chamuscado.

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