Cuando se conoció que Iñaki Urdangarin había cometido fraude fiscal y había desviado dinero público que iba a parar a sus empresas, más de una voz apuntó que no había hecho otra cosa que actuar como lo hacía su suegro. Vamos, que ponía en práctica lo que había visto en su casa política, no confundir con su casa materna. El caso es que el tiempo ha dado la razón a quienes sostenían esta tesis. Urdangarin era un aprendiz comparado con lo que hemos conocido del campechano. El exjugador de balonmano y su socio, Diego Torres, se embolsaron cerca de 4,5 millones de euros de beneficios. El rey emérito, loado por su cohorte de aduladores hasta hace dos telediarios, recibió 100 millones de euros del rey de Arabia Saudí. Siempre se ha pegado la vida padre, pero conforme pasan los años se va destapando todo aquello que nos han querido ocultar durante años. De tal palo, tal astilla, porque su sucesor, a quien elogian los mismos que elogiaban al emérito, ha reaccionado un año después de conocer las fechorías de su padre. Van a hacer falta unas cuantas caceroladas y algo más para denunciar tamaño escándalo. Entramos en estos días tan extraños en una monarquía parlamentaria pero quién no te dice que saldemos el 14 de abril con una república.
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