No soy amigo de las agendas. Tampoco de las plumas estilográficas. Ni de los paraguas, que los pierdo a las primeras de cambio. Soy fan del boli Bic con capuchón y de los pósits. El otro día confirmé la importancia de los pósits mientras veía la película Path to the Everest, que narra los dos ascensos de Kilian Jornet a la cima más alta del mundo. El director, Josep Serra, explicaba que hizo el guion de la cinta escribiéndolo en pósits que iba pegando en una pared. Un genio. El caso es que en las últimas navidades me regalaron una agenda. Muy bonita. Con su tapa dura, sus días escritos en inglés y una leyenda debajo de cada página para que anotes si tu jornada ha sido buena, bastante buena o perfecta (no hay opción de mala o malísima). En la agenda iba apuntando futuras entrevistas y reportajes, convocatorias, citas, días señalados... Ya digo que soy más de pósits y de ejercitar la memoria, pero iba tirando de agenda. Hasta que llegó el bicho y la agenda se ha ido al garete. No la he tocado desde que nos metimos en este bucle. La pandemia ha abierto tal abanico de asuntos a tratar y problemas e incertidumbres para abordar que podríamos llenar folios hasta hartarnos. No hay agenda que valga. Y para muestra, la final de Copa, que ya ha tenido tantas posibles fechas que vamos camino de que se celebre en navidades de 2021.
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