Hace tiempo, un amigo, muy aficionado al montañismo, me hizo ver que los periodistas abusamos de los términos bélicos cuando escribimos sobre expediciones a las grandes cumbres del Himalaya y el Karakorum. Que si "conquista", "ataque a la cima", "montaña asesina"... No le faltaba razón. Me vino a la mente su apunte al escuchar la última intervención de Pedro Sánchez. Si no teníamos suficiente con la ración diaria de expresiones militaristas que sueltan en la rueda de prensa gubernamental los dos individuos que tienen la pechera llena de galones y medallas, el presidente del Gobierno español se explayó en su ya habitual discurso sabatino con un lenguaje bélico que no venía a cuento. Que si "enemigo", "campo de batalla", "guerra" (repitió ocho veces esta palabra) y, para rematar (esta me ha salido a mí), se refirió a la "posguerra", como si estuviéramos a finales del 39. La crisis sanitaria y económica que ha provocado el maldito virus no es una guerra. En todo caso, la situación que se avecina sí que va a ser una economía de guerra. La comunicación no es precisamente el fuerte de Sánchez. Se pierde en largas peroratas sin ir a lo concreto. La sustancia, que diría el otro. Y en esta crisis, si algo se necesita son mensajes claros. Guerras, ni de pintura.
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