La pandemia ha puesto al fútbol ante un espejo y se ha visto desnudo. Y no solo porque ha comprobado algo que ya sabía: su absoluta dependencia del dinero de las televisiones para mantener el derroche de millones de euros en fichajes y sueldos millonarios. Se ha visto desnudo porque, sin la presencia de los aficionados en las gradas, el fútbol es una nadería. Insulso. Lo pudimos comprobar el fin de semana pasado en la Bundesliga. Un partido sin público es lo más parecido a un entrenamiento intenso. Sexo sin amor, pan sin sal, huevos sin jamón. Los clubes de fútbol necesitan a los hinchas como el comer. Necesitan a esos hinchas a los que llevan años maltratando con horarios infumables y caprichos de rico. Los aficionados han perdido peso en las cuentas anuales de los clubes pero hay intangibles que no se miden con dinero. Y el apoyo desde las gradas es uno de ellos. Y quien dice fútbol, dice ciclismo. El ciclismo no está bañado en oro precisamente, al contrario, pero tampoco puede sobrevivir sin público en las cunetas. Lo lleva en el ADN. El Tour o el Giro no se entienden sin aficionados a ambos lados de la carretera. Por eso hay más dudas de que este año podamos disfrutar del Tour y el Giro que del fútbol. Porque cuesta creer que se corran carreras sin aficionados. No sé si veremos ciclismo pero seguro que ya no vemos es esa antigualla de los besos de las azafatas en el podio. No hay mal que por bien no venga.
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