En plena era de la comunicación instantánea, con una pandemia que está causando estragos, hay políticos aficionados al género epistolar, como si viviéramos en tiempos de los papiros. Pedro Sánchez pidió el pasado jueves una reunión a Isabel Díaz Ayuso por medio de una carta. Como no podía ser de otra manera, la presidenta de la Comunidad de Madrid respondió con otra misiva. Hablamos del siglo XXI. Es habitual que los gobernantes se crucen cartas, supongo que para que quede testimonio por escrito de tal o cual asunto, pero solicitar una cita a dos se resuelve con un telefonazo y, si me apuran, con un mensaje por WhatsApp. Más si la comunidad en la que resides o que gobiernas se encuentra en una emergencia sanitaria. Entre el envío de la carta, la respuesta y la posterior cita, en una escenografía más propia de un show de Trump (por aquello de la profusión de banderas), transcurrieron cinco días. En lugar de ser diligentes, hay políticos que se manejan como las diligencias del Lejano Oeste. Las prisas no son buenas consejeras, pero demorar asuntos que son prioritarios es desesperante, sobre todo para quien está a la espera de que la acción política se traduzca en hechos. Seis meses han tardado en poner dispensadores de hidrogel en el metro de Madrid. Poco más que apuntar.
viernes, 25 de septiembre de 2020
viernes, 11 de septiembre de 2020
Wuhan es jauja
A comienzos de marzo, cuando la pandemia era ya un hecho en China y avanzaba puertas afuera del gigante asiático, sobre todo en Italia, casi todos los días me afanaba en leer crónicas y comentarios de expertos acerca de lo que sucedía en ambos países. Por pura lógica, pensaba que lo que ocurría en China, quince días después se repetiría en Italia y, dos semanas después, en estas tierras nuestras. Así que si China encerraba a una ciudad entera manu militari, Italia haría lo mismo y nosotros, ídem de ídem. Los domingos por la tarde resultaba sobrecogedor escuchar, a eso de las seis, cómo las emisores interrumpían el carrusel de fútbol de turno para ofrecer el último balance de víctimas de Italia: 200, 300, 500. Terrible. Ahora le he dado la vuelta a la tortilla y me empapo de informaciones sobre las vacunas contra el COVID-19 (será cosa de mi optimismo patológico), mientras leo, entre asombrado e incrédulo, una crónica de Ismael Arana en La Vanguardia en la que explica que Wuhan, donde empezó todo, es jauja. Los niños van a clase sin mascarilla, la chavalería disfruta en las discotecas hasta las tantas, bares y terrazas rebosan de clientes y los turistas campan a sus anchas. Pero no sé que me da que, al contrario que en marzo, un mes después lo que ocurre en Wuhan no va a tener su réplica en estas nuestras tierras.