La próxima semana se cumplen siete meses del inicio de esta anormalidad. Qué risa María Luisa cuando veíamos a los chinos construir un hospital como quien monta un mueble de Ikea, y qué llantos ahora que vemos que los chinos llevan cuarentaytantos días sin contagios (o se dicen) y se van de vacaciones (425 millones de turistas se mueven estos días por el país), mientras aquí seguimos sumando casos y echándonos los trastos a la cabeza. El antes y después lo marcó el 14 de marzo, con aquella comparecencia nocturna de Pedro Sánchez anunciado que había que quedarse en casa durante 15 días y que se decretaba el estado de alarma. Las cifras hablaban entonces de 120 muertos y más de 4.000 positivos en el Estado (hoy son 32.500 fallecidos y 835.000 casos). Entonces, en marzo, solo podíamos salir a hacer la compra, a la farmacia, que no tenía mascarillas, y a pasear al perro. Y empezó el baile de polémicas. Primero fue con los dueño de perros. Luego con los padres que salían con los hijos. Poco después con quienes incumplían las franjas horarias. Más tarde con las terrazas y bares. Le siguieron las aglomeraciones en las playas, y hace un mes le tocó el turno a la vuelta a las clases. Se anunció un cataclismo que no ha sido tal. La que se viene con Nochevieja y navidades ya va para nota.
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