En 1999, Jon Lazkano, José Carlos Tamayo y Félix y Alberto Iñurrategi completaron una travesía muy original. Emularon a Alejandro Magno, que 24 siglos antes había unido el Mediterráneo y Asia, y durante tres meses enlazaron Grecia y Pakistán. Primero ascendieron el monte Olimpo, una tachuela de 2.900 metros; en una segunda etapa subieron el Demavend, de 5.645 metros, y el Alan Khu, de 4.850, ambos en Irán; más tarde escalaron la Torre Sin Nombre, una mole de granito de 6.251 metros en el Karakorum de Pakistán, y culminaron el proyecto con la cima del Nanga Parbat, la novena montaña más alta del mundo. Ascendieron a pleno pulmón, con el mínimo material imprescindible, en lo que se conoce como estilo alpino. Por si faltara algo, todo quedó grabado y se emitió en el programa Al filo de lo imposible. Esta primavera asistimos al polo opuesto. En las expediciones al Everest y al Annapurna se ha puesto de moda el helidoping, término con el que el alemán Stefan Nestler ha bautizado una práctica que consiste en llevar cuerdas y botellas de oxígeno en helicóptero hasta los campos de altura. En algún caso también han transportado a personas. Aquello de que lo importante es disfrutar del camino ha pasado a mejor vida. Donde esté una foto en Instagram en la cima de un ochomil, que se quite todo.
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