Cómo no recordar estos días el célebre lema del PSOE de Felipe González de principios de los años 80: OTAN. De entrada, no. En 1981, el líder socialista hizo bandera de la no entrada de España en la Alianza Atlántica y, solo tres años después, ya instalado en la Moncloa, convocó un referéndum en el que utilizó todos los resortes del poder para que triunfara el sí. Decir una cosa y hacer la contraria es connatural al ser humano. Todos lo hemos hecho alguna vez. Si eres gobernante, ni te cuento. En su programa electoral de 2019, Pedro Sánchez exponía lo siguiente: "Promoveremos la solución del conflicto de Sáhara Occidental a través del cumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas, que garantizan el derecho de autodeterminación del pueblo saharaui". Tres años después, como hizo Felipe González, la promesa se la ha llevado la calima. Sánchez se ha arrimado al dictador marroquí, ha sacado no sé qué comodín de las Naciones Unidas y ha dejado en la estacada a los saharauis, que llevan 50 años reclamando una solución. Sánchez ha pasado olímpicamente de la voluntad democrática del pueblo saharaui en una decisión que no digieren ni comprenden ni sus fieles. Una decisión a todas luces inexplicable.
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