Cuando participas en una prueba larga, uno de los recursos mentales que utilizas es dividir el recorrido por tramos. Te vas marcando pequeños objetivos que superas como en esos juegos en los que ganas pequeños tesoros cuando pasas de pantalla (sigo anclado en las máquinas de comecocos, no he llegado aún a la Play). Por ejemplo, si haces, andando o corriendo, la ruta entre Donostia y Hondarribia por la costa, primero te propones llegar a Pasai San Pedro sin gastar demasiadas fuerzas; luego, alcanzar los torreones de Jaizkibel sin dejarte el higadillo en la cuesta que arranca en Kalaburtza tras dejar atrás Donibane; más tarde repasas mentalmente en qué kilómetro está la preciosa punta de Biosnar; casi al final oteas el faro de Hondarribia y sueñas con acabar en el puerto refugio. La misma táctica uso a la hora de echar gasolina desde que, siguiendo con los paralelismos, comprobé pasmado que llenar el depósito cada semana cuesta lo mismo que unas zapatillas de correr de gama alta. Ya no lleno el depósito sino que voy tirando con repostajes de 50 en 50 euros. Es una autoengañufla porque sigues pagando la gasofa a precio de angulas, pero mentalmente quieres pensar que gastas menos. Eso sí, vas más veces a la gasolinera. A mí los currelas ya me saludan por mi nombre.
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