El pasado mes de agosto, en un festival de pelota de un pueblo en fiestas, un espectador sentado en la primera fila se quejaba de tanto en tanto porque no podía ver el espectáculo como hubiera deseado. Con aspavientos, lamentaba que corredores de apuestas (había tres) y jueces le tapaban la visión del juego. Supongo que no era un habitual de las canchas, porque la presencia de corredores de apuestas y jueces en el límite de la cancha es más antigua que Matusalén. La pelota no llega a los extremos del fútbol americano, que tiene en las líneas que delimitan el campo más gente que en el camarote de los hermanos Marx, pero a veces ese tráfico de público, jueces y corredores juega malas pasadas a los pelotaris. El 7 de septiembre, en el Jai Alai de Ordizia, Unai Laso se lesionó al resbalar en una zona de la cancha pegada a la grada en la que minutos antes se había vertido un gin tonic. La secuencia fue la siguiente. Jaka intenta devolver un gancho de Laso, choca con un corredor de apuestas y este con un espectador que sujeta un gin tonic. El combinado cae a la cancha (hielos y rodajita incluidos), no se seca bien la zona y, cuatro tantos después, Laso resbala, se lesiona... y se pierde la feria de San Mateo. Los departamentos de riesgos laborales de Aspe y Baiko igual le tienen que dar una vuelta al asunto.
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