El periodismo anglosajón ha acuñado un término que define eventos como el Mundial de Catar: sportwashing. Vendría a traducirse como lavado deportivo, y no es sino la herramienta que utilizan países y regímenes corruptos y con importantes déficits en materia de derechos humanos para lavar su imagen y asociarla al deporte. El Mundial catarí es el máximo exponente de un modelo de patrocinio dopado con millones y millones de dólares que desde hace años se ha ramificado en los deportes más seguidos del planeta. Los clubes de fútbol punteros, la Fórmula 1, el ciclismo, el balonmano, el baloncesto o el tenis cierran los ojos y se tapan la nariz cuando se trata de cerrar contratos milmillonarios en el Golfo Pérsico. Las federaciones de fútbol, con la FIFA a la cabeza, son expertas en oler el origen del dinero. La nauseabunda gestión de la Federación Española de Fútbol para colocar la Supercopa en Arabia Saudí es solo un ejemplo. En realidad, su presidente, Luis Rubiales, es un mero aprendiz de la FIFA, una de las organizaciones más corruptas del mundo, experta en vender, sin ningún escrúpulo, votos a los países que presentan candidaturas a cambio de disfrutar de una vida de opulencia y lujo sin límite. Si quieren profundizar en el asunto, la serie Los entresijos de la FIFA lo explica con todo tipo de detalles.
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