Hay una regla no escrita en el rugby que dice que un ensayo no se celebra con la efusividad que se estila en otros deportes cuando, por ejemplo, se marca un gol. En el rugby rara vez, por no decir nunca, verán a los jugadores marcándose un bailecito después de transformar un ensayo o hacer gestos con las manos mirando a la cámara de televisión, las fan cámaras que se han puesto de moda en los estadios de fútbol. La pelota también tiene sus propios códigos de conducta. En la pelota no se debe pitar al pelotari cuando ejecuta un saque, algo parecido a lo que sucede en una pista de tenis, donde se guarda silencio. Como recientemente aseguraba el exmanista Mikel Idoate, en la pelota tampoco se aplauden los fallos del rival y tampoco se debe cantar con el partido en juego. Sucede, sin embargo, que desde hace unos años acude a los frontones un público, digamos nuevo, joven, bullanguero, que bienvenido sea porque, junto al de toda la vida, mantiene viva la llama de la pelota, pero que en determinadas ocasiones no respeta esos códigos pelotazales. El sábado, en el Labrit, parte del público silbó a Altuna III cada vez que hacía un saque a raíz de una polémica jugada (una estorbada) con el marcador en 14-13. Sobraban los silbidos. La pelota no es el plató de El Chiringuito.
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