Quienes alguna vez han organizado una prueba deportiva conocen de sobra el laborioso trabajo que conlleva. Hay que pedir permisos varios a las autoridades, contratar como mínimo una ambulancia, contactar con todos los patrocinadores, cerrar tratos con los proveedores de los avituallamientos, abrir el plazo de inscripciones, encargar las camisetas para los participantes, actualizar la web, difundir la carrera en los medios y en las redes, y un sinfín de tareas. Desde comprar imperdibles para sujetar los dorsales hasta hablar con el panadero para que te surta de panes para el hamaiketako posterior a la prueba a cambio de poner su logo en los carteles. Hay mil labores a realizar para poner en marcha una carrera pero solo hay una persona esencial: el voluntario. Sin voluntarios no hay carreras. Los voluntarios cubren cruces, reparten comida y bebida en los avituallamientos, distribuyen los dorsales, ordenan los aparcamientos.... Realizan un trabajo impagable, altruista a más no poder. A muchos de ellos ni siquiera hay que comunicarles cuándo se celebra tal o cual prueba. Repiten cada año y no piden nada a cambio, más allá de un bocata para pasar la mañana o una cena con el resto de voluntarios dos semanas después de celebrarse la prueba. Alguien debería tomar nota.
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