Fue en el Tour de 2002. En la decimoprimera etapa, el martes 16 de julio. La carrera salía de Pau y finalizaba en la estación de esquí de La Mongie, que está situada cuatro kilómetros antes de la cima del Tourmalet si se asciende por la vertiente que arranca en la localidad de Sainte-Marie-de-Campan.
No era habitual que una etapa acabara en mitad de un puerto, y menos aún en uno tan mítico (el más mítico) pero, como siempre, era un aliciente para ir a los Pirineos y disfrutar de ciclismo de primer nivel y del ambiente del Tour en primera línea.
Entonces no lo sabíamos pero era un Tour con un ganador de mentira, de los que ganó Armstrong. El tejano no nos gustaba un pelo, pero la carrera tenía el acicate de que corrían también Euskaltel-Euskadi y el Once de Joseba Beloki, un tipo que es imposible que te caiga mal.
Desplazarse a ver una etapa del Tour, sobre todo si es en un puerto, requiere cierta logística.
Durante meses le di la tabarra a uno de mis cuñados para que fuéramos a La Mongie. El plan era irrechazable. Diría más, infalible. Saldríamos de casa a las 5 de la mañana y en apenas tres horas nos plantaríamos en la vertiente del Tourmalet que arranca en Luz Saint Sauveur, por la que no iba a pasar el pelotón.
Sobre el papel, un plan sencillo. “Subimos en coche el Tourmalet por la vertiente de Luz, y ya veremos luego hasta dónde nos dejan bajar los gendarmes”. Perfecto. En el coche, un Ford Focus gris que se convirtió luego, y para nuestra desgracia, en el gran protagonista de la historia, cargamos incluso una bici con la ilusa idea de subir en bici parte de la ascensión al Tourmalet.
Tal y como estaba previsto, a eso de las cinco de la mañana pasé a recoger a mi partenaire ciclista y emprendimos la marcha hacia Luz Saint Sauveur. Como la bici no cabía en mi coche y no la quería desmontar porque igual no sabíamos montarla, pedimos prestado un vehículo más grande a un familiar. El dichoso Ford Focus. Fue nuestra perdición.
A la altura de Argèles-Gazost, a escasos 20 kilómetros de Luz Saint Sauveur, que pasaría ser nuestro campo base desde el que, recuerden, atacaríamos el Tourmalet para luego descender hasta la meta de La Mongie, situada al otro lado del puerto, paramos en una gasolinera a repostar. Mientras mi partenaire iba a asearse a los lavabos, yo eché gasolina alegremente. Llené el depósito de gasolina… pero el coche era diésel (lo supe después). Y lógicamente, aquel coche no arrancó (si a alguien le ha sucedido este equívoco alguna vez, sabe de qué hablo).
Así que a las 8 de la mañana de un martes de julio estábamos en una gasolinera de Argèles-Gazost, con un coche con la gasolina equivocada y con cara de la hemos cagao. Tiramos de llamada al seguro (los móviles afortunadamente ya existían), que nos mandó gentilmente una grúa y de ahí fuimos a un garaje para que vaciaran el depósito.
Ahí arrancó la segunda parte. Había que ir desde el garaje a una gasolinera, pillar en un pequeño depósito de plástico un poco de gasolina con la que salir del garaje y volver a la gasolinera del lugar de los hechos para, esta vez sí, repostar diésel.
Entre llama a la grúa, vacíame el depósito y arranca de nuevo el coche, se nos fue la mañana y también nuestro infalible plan de ver el final del Tour en La Mongie. Así que tiramos de rutómetro, ya saben, ese papel en el que te ponen a qué hora y por dónde pasa una carrera, y vimos que a pocos kilómetros de la gasolinera circulaba el pelotón a primera hora de la tarde.
Gracias a un mapa, localizamos una zona, nuestro plan B, donde presenciar el paso del pelotón. Una cuesta de 200 metros pero que, al menos, estaba en mitad de un pueblo con bar y bastante animación. Así que allí paramos, vimos pasar, primero la caravana y luego a los ciclistas camino de La Mongie, y el resto de la carrera por la tele de un bar, rodeados por aficionados franceses que echaban cabezadas entre cerveza y cerveza.
Eso sí, no me resistí a dejar la bici en el maletero y la saqué pasear al menos para subir aquella tachuelilla de octava categoría.
En el puerto de verdad, ese Tourmalet que no vimos ni de lejos, ganó el arrogante Armstrong, que sacó siete segundos de ventaja a Beloki. Al Tour, recuerde, se va de víspera.
Es que tú siempre has ido de los de ir a última hora, menos mal que tenías amigos que eran más cagaprisas
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