En el último Giro, las cámaras de la RAI enfocaron la fachada de una casa de la que colgaba una pancarta con el siguiente texto: “Grazie Giro d’Italia per l’asfalto nuovo”. El irónico mensaje tenía su explicación. Hay vecinos que, sean del país que sean, pueden estar años reclamando que se arregle la carretera que usan a diario como quien predica en el desierto. Pero basta que las autoridades pidan la salida o la llegada de una etapa para que las carreteras brillen como la patena. En 2018, en las semanas anteriores al Giro se asfaltaron en Sicilia 160 kilómetros de los cerca de 400 que la carrera recorrió por la isla. Y, si no me falla la memoria, en 1992, en la etapa del Tour que salió de Donostia y acabó en Pau, los corredores atravesaron los puertos de Aritxulegi y Agiña, que lucían un asfalto en el que se podía merendar en el suelo sin poner mantel. El problema suele ser que en este país llueve (o llovía) mucho, y esas mismas carreteras que ahora están relucientes (el alto de Aztiria acaba de estrenar asfalto porque el domingo 2 pasa el Tour, noski) acaban agrietándose. Es lo que sucedió con el paso de los años en Agiña y Aritxulegi, una zona preciosa para disfrutar de la bici sin tráfico, por cierto. Resultó que años después una etapa de la Euskal Bizikleta tenía que atravesar los puertos citados... y se tuvo que cambiar el recorrido porque el asfalto estaba en unas condiciones penosas.
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