En el tiempo que invierte en leer este texto (si llega al final) y el editorial (tres minutos en total, a ritmo pausado), Tigst Assaefa ya ha corrido un kilómetro. No le seguimos ni en moto. La atleta etíope trituró el domingo en Berlín el récord del mundo de maratón y logró un estratosférico crono de dos horas, once minutos y 53 segundos. En Alemania, territorio de Adidas, Assaefa corrió con unas zapatillas de la marca del trébol que no llaman tanto la atención por su precio (500 euros) o porque son casi de un solo uso, sino por su peso: 138 gramos. Un guante de plumas en los pies. Durante los últimos años, en el deporte profesional de elite, en el atletismo y el ciclismo, por ejemplo, se libra una batalla contra el peso. Se lima el peso de las zapatillas y de las bicicletas al máximo para alcanzar el máximo rendimiento. Ninguna bici puede pesar menos de 6,8 kilos. En algunos casos el peso se convierte en una obsesión. No hay más que ver a los ciclistas (cada vez menos) que en mitad de una etapa tiran a la cuneta todo lo que llevan en los bolsillos para ir más ligeros. En el caso de las zapatillas de Assefa, a la ligereza se le suma un efecto rebote que permite al atleta maximizar su energía. Luego ya está la potencia de cada corredor. Pruebe a correr al ritmo de Assefa: 19,2 km/h. Un kilómetro tras otro hasta el 42. Casi nada.
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