Gutmaro Gómez Bravo, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid, era hasta el curso pasado uno de esos docentes que tanto gustan a quienes tienen aversión a los exámenes o a quienes consideran que un examen no es la mejor prueba para conocer si un estudiante ha interiorizado lo explicado en clase. Gómez Bravo, con 17 años de experiencia en la universidad pública, evaluaba a sus alumnos cada cuatrimestre con trabajos sobre cuatro libros de ensayo y época. Este curso, el profesor ha vuelto a la vieja receta de los exámenes al comprobar que un 10% de los alumnos había recurrido a la inteligencia artificial (IA) para elaborar los trabajos. La ley del mínimo (nulo) esfuerzo o, lo que es lo mismo, hacer trampas al solitario, porque presentar un trabajo hecho por una máquina es no entender nada de lo que significa aprender. Desde la eclosión de la inteligencia artificial, llama la atención el uso perverso que se hace de una herramienta que en teoría está llamada a hacernos la vida más fácil y a aportar más beneficios que desventajas. No hay más que ver lo ocurrido con los falsos desnudos de Almendralejo. Sin principios éticos y sin una regulación, la inteligencia artificial se puede convertir en un arma de manipulación masiva.
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