Hasta hace dos teleberris, la vida consistía en ir acumulando experiencias. Sin intermediarios de por medio. Ahora las experiencias se compran, se venden y se regalan. Pruebe a teclear en San Google la frase “Vive una experiencia única”. Salen 57.700.000 resultados en 0,43 segundos. Hay tantas experiencias como planes de ocio y disfrute pueda imaginar. Porque, salvo excepciones, todas están enfocadas al goce. Desde saltar en paracaídas hasta ver una puesta del sol con un cubata, pasando por el clásico de los pintxos, que da para una tesis doctoral. Hay hasta quien vende como una experiencia única correr una carrera de 64 kilómetros y 12.000 metros de desnivel, aunque digo yo que en semejante reto hay más sufrimiento que felicidad. Como aquello del todo incluido quedó viejuno, ahora lo que se lleva son las experiencias premium, deluxe, gold, elite, plus, y todo lo que suene a lujo. Cuanta más pasta tengas y puedas gastar, más premium. Si eres un básico (andas más pelado de dinero), pues te tiras a lo basic. Este verano, en uno de esos días de calorazo, al atardecer subimos a la Muga 8, a 600 metros. Llevamos una botella de vino, jamón, chorizo y pan. De noche, con 25 grados y con una luna preciosa, al fondo veíamos las luces de Irun, Hendaia y Hondarribia. Durante las dos horas largas que pasamos allí arriba, hasta bien entrada la noche, seguramente fuimos las personas más felices del mundo. Fue una experiencia premium... y gratuita.
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