Pedro Subijana (74 años) dijo la semana pasada lo siguiente (cito textualmente): “No me pienso jubilar, pero me duele y me molesta cuando la gente a los 50 está pensando a ver cómo se jubila, y yo digo que así no hay un país que salga adelante. Europa se está haciendo vieja y cascarrabias y aquí no pasa nada”. Por alusiones (tengo 52 años) y sin acritud, discrepo. Pongamos que firmas tu primer contrato de trabajo a los 22 años después de formarte durante dos décadas en la escuela, el instituto y la universidad. La edad de jubilación está fijada en los 65 años y, por cierto, aumenta poco a poco cada año. Con (mucha suerte), si no pisas las oficinas del paro, acumularás 43 años trabajando, con varias crisis económicas de por medio y, aunque cada empleo es un mundo diferente, con muchas jornadas llegando a casa a rastras por el cansancio físico y mental. ¿Cuarenta y tantos años de trabajo no son suficientes? Cada uno es libre de prolongar su vida laboral hasta cuando quiera, pero jubilarse a los 65, o incluso pocos años antes, no es ninguna bicoca. Hay tantas jubilaciones como personas y jubilarse es también, si la salud te lo permite, ayudar a los demás, en el voluntariado, por ejemplo, e invertir tu tiempo en aquello que no has podido hacer antes. Jubilarse es no estar pendiente del despertador. Porque, ¿vivimos para trabajar, trabajamos para vivir?
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