Poco más se puede añadir a los tres testimonios que hemos publicado a lo largo de esta semana en este periódico con motivo del 25º aniversario del asesinato de Aitor Zabaleta. Maider Gorostidi, presidenta de la peña Izar; Iker Zabaleta, hermano de Aitor; y Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia, han explicado al detalle tanto la encerrona mortal que sufrió el aficionado de la Real y quienes le acompañaban, como toda la farsa que rodeó al juicio posterior. Aitor Zabaleta, además de dar nombre a la grada más bulliciosa de Anoeta, se ha convertido en un símbolo de la hinchada txuri-urdin. A Aitor no sólo le mataron sino que luego, durante años, mancillaron su nombre cada vez que la Real visitaba el estadio del Atlético de Madrid. Los insultos hacia la figura de Aitor han sido constantes y el club colchonero, que no se ha destacado precisamente por desterrar a los ultras de sus gradas, ha mantenido un silencio cómplice. 25 años después, desgraciadamente, a nadie le extrañaría que se repitiera un crimen similar. Los ultras siguen campando a sus anchas por los campos de fútbol de Europa. En manos de los clubes que les amparan está erradicarlos. ¿Se acuerdan de los Ultrasur y los Boixos? Desde que las directivas que los tutelaban les retiraron su apoyo, están desaparecidos del mapa. Así de sencillo.
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