Suele contar Kilian Jornet que cuando corrió la Zegama por primera vez, el 23 de septiembre de 2007, al día siguiente tenía exámenes de Secundaria. Tenía entonces 18 años, cerca de cumplir 19. Parece que no hubiera pasado el tiempo entre el joven estudiante Kilian y el Kilian de hoy, de 36 años y padre de dos niñas. Y, sin embargo, durante esos 17 años ha ido encadenando decenas de victorias en un palmarés que no tiene parangón y, al mismo tiempo, ha llevado a las carreras de montaña, un deporte minoritario, a unas cotas impensables. A una dimensión que seguramente ni él mismo imaginó cuando de niño apuntó en una lista qué carreras quería ganar y qué montes quería escalar al menos una vez en la vida. Antes de cumplir los 25 años ya había ganado todas las carreras de la lista y, años después, había subido a todos los montes.
Triunfos y récords se han ido sucediendo al ritmo que su figura se hacía cada vez más popular. El Ultratrail del Mont Blanc, que logró con solo 20 años y récord incluido, la Hard Rock 100, la Zegama (que ha ganado diez veces), la Sierre-Zinal suiza (otros seis triunfos), la Western States, seis Copas del Mundo, los ascensos relámpago al Aconcagua o al Cervino, la doble ascensión al Everest en una semana y las decenas de victorias en pruebas de esquí de montaña le han convertido en un fenómeno de masas.
De naturaleza tímido, políglota (habla cuatro idiomas: catalán, francés, castellano e inglés) y con miles de seguidores en las redes, fue de los primeros corredores de montaña en mostrar vídeos de sus entrenamientos y sus actividades en el monte. Tras abandonar Salomon, creó su propia marca de ropa deportiva junto a la empresa Camper, de nombre Nnormal, fusión de Noruega y Mallorca, sede la empresa de calzado.
Hace diez años confesó en una entrevista con este periódico que desde niño había vivido en quince casas diferentes. Por aquel entonces vivía en una furgoneta con la que se desplazaba de un sitio a otro. Ahora limita sus viajes, concienciado de que cuantos menos aviones tome, menor será su huella sobre el planeta. Desde hace un tiempo está afincado en Noruega, donde reside junto a su mujer, la siempre sonriente Emelie Forsberg, también corredora de montaña, y sus dos hijas, Maj y Maui. Los cuatro viven en un paraje idílico, a los pies de montañas de no más de 2.000 metros pero con importantes desniveles y con suficiente nieve en invierno como para practicar esquí de montaña.
Dotado de un físico perfecto para practicar carreras de montaña (58 kilos y 1,71 de altura), Jornet es un estajanovista puro. Sus éxitos se fundamentan en unos entrenamientos concienzudos. A finales de 2023 hizo público un resumen del año con los datos de sus entrenamientos. Unos números de quitar el hipo: 3.200 kilómetros de entrenamientos repartidos en 1.168 horas y un acumulado de 584.270 metros de desnivel positivo. Dedicó 554 horas a correr, 380 a esquiar, 150 a andar en bici y 80 a escalar.
Su participación mañana en la Zegama es un regalo porque en los últimos años ha reducido notablemente su presencia en las competiciones. El año pasado solo disputó (y ganó) tres carreras en Noruega y este año tan solo correrá la Zegama, varias pruebas locales de Noruega y Suecia entre junio y agosto, y la Sierre-Zinal del 10 de agosto en Suiza. Para septiembre anuncia un proyecto personal, lo que equivale a decir que planea algún reto original como el que llevó a cabo en octubre pasado: encadenó 177 cimas de más de 3.000 metros de los Pirineos en solo ocho días. Aquel desafío a lo largo de 485 kilómetros ha desembocado en un documental, Into the (Un)known, que se presenta mañana en Bilbao.
Es en esos retos contra él mismo y las montañas donde seguramente más se reconoce Jornet, que en los últimos años abandera también las quejas hacia las organizaciones que han mercantilizado las carreras de montaña, al punto de que ya se venden como franquicias.
No es el caso de la Zegama, una carrera por la que el corredor catalán siente predilección porque se encuentra como en casa. 22 años después de su primera edición, la Zegama ha crecido hasta límites inimaginables pero, en esencia, sigue siendo una carrera organizada de manera artesanal: por un grupo de vecinos del pueblo que se rodean de decenas de voluntarios del pueblo sin los que sería imposible disfrutar de un espectáculo único como Kilian.
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