En una época en la que la vida transcurre a toda velocidad, sin tiempo para pararnos un momento y pensar, se están imponiendo también los mensajes cortos, visuales y muy esquemáticos, que a veces pecan de aportar más continente que contenido. El público joven, nos dicen, es el más reacio a recibir la información de la manera, digamos, más tradicional, y no está por la labor de consumir sesudos análisis sobre las más variopintas cuestiones. Así que se lo ofrecemos todo masticadito, para que se zampen el vídeo de rigor en minuto y medio, ya les hablemos de la crisis de la derecha en Francia (que les importa una higa) o de los festivales de música en verano. Por el camino quizás se pierde la necesaria capacidad de profundizar e interpretar las claves del asunto en cuestión, pero qué más da. Manda el fenómeno de usar y tirar, y consumir uno tras otro adictivos vídeos breves, muy breves. Toca adaptarse, que es lo que ha trasladado también el papa Francisco a los sacerdotes en una instrucción que les ha enviado para que las homilías duren menos de ocho minutos y así los feligreses “no pierdan la atención y se duerman”. Pero me da que, ni aunque se resuman los sermones en un minuto, se va a acabar con la crisis de fieles que arrastra la Iglesia católica.
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