El movimiento se demuestra andando... y a partir de ahora pedaleando. Si ya era sano y ecológico desplazarse en bici, la pandemia ha convertido a la burra en una de las mejores alternativas de transporte. Permite mantener la distancia de seguridad, no contamina, ocupa poco espacio y es saludable. En Gipuzkoa hay una amplia red de más de 225 kilómetros de bidegorris para predicar con el ejemplo. Y, sin embargo, pese a recibir parabienes, que uno recuerde no suele haber ayudas para arreglar o comprar bicis. Hay planes Renove para cambiar de coche, para la máquina-herramienta o para comprar nuevos electrodomésticos, pero no se destina un euro a las bicis. Italia va a invertir 120 millones de euros en un plan para fomentar el uso de la bici y subvencionará con hasta 500 euros la compra de bicis y monopatines. Francia, muy amiga de los cheques, pagará 50 euros para la reparación de bicis e incentivará con ayudas a los trabajadores que se desplacen dando pedales, y Suecia subvencionará la adquisición de eléctricas. Más cerca, la Comunidad Valenciana también otorga ayudas para comprar bicis y patinetes. Algunos de sus políticos, como el alcalde de Valencia, Joan Ribó, dan ejemplo y casi todos los días se desplazan en bici. Será que los nuestros no son muy de andar en bici, salvo en la campaña electoral.
viernes, 29 de mayo de 2020
viernes, 22 de mayo de 2020
El fútbol, al desnudo
La pandemia ha puesto al fútbol ante un espejo y se ha visto desnudo. Y no solo porque ha comprobado algo que ya sabía: su absoluta dependencia del dinero de las televisiones para mantener el derroche de millones de euros en fichajes y sueldos millonarios. Se ha visto desnudo porque, sin la presencia de los aficionados en las gradas, el fútbol es una nadería. Insulso. Lo pudimos comprobar el fin de semana pasado en la Bundesliga. Un partido sin público es lo más parecido a un entrenamiento intenso. Sexo sin amor, pan sin sal, huevos sin jamón. Los clubes de fútbol necesitan a los hinchas como el comer. Necesitan a esos hinchas a los que llevan años maltratando con horarios infumables y caprichos de rico. Los aficionados han perdido peso en las cuentas anuales de los clubes pero hay intangibles que no se miden con dinero. Y el apoyo desde las gradas es uno de ellos. Y quien dice fútbol, dice ciclismo. El ciclismo no está bañado en oro precisamente, al contrario, pero tampoco puede sobrevivir sin público en las cunetas. Lo lleva en el ADN. El Tour o el Giro no se entienden sin aficionados a ambos lados de la carretera. Por eso hay más dudas de que este año podamos disfrutar del Tour y el Giro que del fútbol. Porque cuesta creer que se corran carreras sin aficionados. No sé si veremos ciclismo pero seguro que ya no vemos es esa antigualla de los besos de las azafatas en el podio. No hay mal que por bien no venga.
viernes, 15 de mayo de 2020
O sea, Borjamari
A finales de los años 80 se hizo célebre (hoy se haría viral) una imagen tomada por el fotógrafo de Interviú Roberto Villagraz en la que se veía a JonManteca, más conocido como El Cojo Manteca, rompiendo con su muleta un letrero de una boca del metro de Madrid, en medio de una carga policial tras una manifestación de estudiantes contra la Logse del Gobierno de Felipe González. Aquello nos pilló siendo algo críos, aunque años después también nos manifestamos, no recuerdo el motivo pero sí cómo: caminábamos de espaldas por la Gran Vía de Bilbao y coreábamos lemas tan subversivos como "Con esta universidad, vamos de culo". En Madrid, en la calle Núñez de Balboa, que a mí me suena del Monopoly pero igual me confundo con Juan Bravo, el otro día los Borjamaris, Cayetanos y Pocholos salieron a la calle para protestar contra rojos, separatistas y sociatas. Como imagen, queda el tipo que protestaba golpeando una señal con un palo de golf. O sea. Se congregaron una mezcla de pijos, cachorros de Abascal y franquistas (valga la redundancia) que, en plena cuarentena, en la ciudad española más castigada por el coronavirus, se manifestaron tan campantes, sin que interviniera la Policía. Todo en orden.
viernes, 8 de mayo de 2020
Ojos pistacho
He visto todos los capítulos de la fabulosa serie documental The Last Dance (El último baile), que destapa las interioridades de los Chicago Bulls en la temporada 1997-1998 y, vaya, no me había fijado en que, por lo visto, Michael Jordan tiene los ojos amarillos. Entre que uno no distingue bien los colores y rara vez se fija en los ojos del personal, ya sean verdes o pistacho, no había caído en la cuenta. Me había fijado en que Jordan tiene unos kilos de más y un casoplón, Larry Bird es un abuelete de 63 años y Scottie Pippen tiene voz de encantador de serpientes. Pero lo de los ojos amarillos, ni olerlo. El caso es que varios periódicos deportivos le han dedicado espacio al asunto aportando las más diversas teorías. El asunto me viene de perlas para hablar de lo importante y lo accesorio o, lo que es lo mismo, de lo que es general y de lo que es una excepción. De cuántas veces damos suma importancia a quien se salta las reglas en perjuicio de los demás, y no reparamos en que la inmensa mayoría cumple a rajatabla las normas. Sucede con el dichoso virus. Las redes sociales arden cuando alguien incumple las reglas, pero apenas subrayamos que una mayoría de ciudadanos se ha comportado y ha seguido las normas y recomendaciones con ejemplaridad. Y no lo digo yo. Lo dice el jefe de la Ertzaintza.
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