Con cierta frecuencia se critica a los profesionales del deporte porque no se pronuncian sobre cuestiones políticas y sociales. Es algo que no sucede, por ejemplo, en el mundo de la cultura. A los actores, actrices, artistas, cantantes y escritores se les reclama, casi como una exigencia, que se mojen. A los deportistas no, aunque, como en todo, hay excepciones y no conviene generalizar. Hay profesionales y profesionales, y luego están los jugadores de la NBA, que se han convertido en abanderados de la lucha contra el racismo. Hay quien ya compara el plante (que no boicot) de los jugadores al recordado gesto que protagonizaron Tommie Smith y John Carlos tras ganar las medalla de oro y bronce de los 200 lisos en los JJOO de México '68. Con el puño cubierto por un guante negro, alzaron el brazo mientras sonaba el himno de EEUU para reivindicar los derechos de la población negra. Sobra decir que en su propio país fueron condenados a la hoguera pública. Ni siquiera ocho años de presidencia de Barack Obama han aplacado el problema racial. Es algo más, mucho más, que un problema del color de piel. Por eso resulta alentador el plante de los jugadores de la NBA, que han dicho basta al racismo y la impunidad, y se han plantado.
sábado, 29 de agosto de 2020
miércoles, 19 de agosto de 2020
Malos hábitos
domingo, 16 de agosto de 2020
El callejero Borbón
El otro día vi una foto en la que los reyes españoles (solo quedan dos, ¿no?) paseaban junto a sus dos hijas por una calle de Petra (Mallorca). Si no fuera por la mascarilla, la imagen podía ser en blanco y negro y de hace 40 años. Anacrónica. Vecinos a ambos lados de la acera como quien asiste a un desfile y el cuarteto en formación saludando con una mano, en un gesto que esta gente lo borda. Todo lo que rodea a las familias reales, condes, marqueses y demás tropa (nobleza le llaman, pero ser noble es otra cosa), me resulta rancio a más no poder. De otros tiempos. De esas instituciones que si no existieran, tampoco las echaríamos en falta. Y lo mismo me da que sea en España, Suecia, Reino Unido o Japón. Gentes que dan más que hablar (emérito aparte) por las sandalias que llevan que por su actividad cotidiana. Gentes que inexplicablemente dan nombre a cientos de calles, avenidas, autovías, parques o puentes. Para muestra, el fugitivo. Más de 600 vías públicas del Estado tienen el dudoso honor de llamarse Juan Carlos I o similares. Gipuzkoa y otros siete territorios (el último, Álava) son la excepción. No hay ninguna. En Badajoz hay 50; en Toledo, 48; y en Murcia, 44. Todo un derroche de originalidad.