40 millones a toca teja. Tienes que ser muy alemán para presentarte en la sede de la Liga de Fútbol Profesional y extender un cheque de 40 millones de euracos por un jugador que no vale semejante montaña de pasta. Ni él (Javi Martínez, no hace falta presentarlo), ni ningún futbolista. Cuando se habla de grandes cantidades de dinero, a veces conviene retroceder unos años y traducirlas a pesetas. Pues eso. 40 millones de euros son 6.655 millones de pesetas, céntimo arriba, céntimo abajo. Un pastizal. Por no irnos muy lejos, era todo el presupuesto que había consignado la Real para la anterior temporada y, si nos salimos del área deportiva, el doble de lo que costó la remodelación del Museo de San Telmo. Hace tiempo que el fútbol vive fuera de la realidad cotidiana, así que el fichaje del jugador navarro por el Bayern de Múnich no es más que la confirmación de otro sinsentido. Al margen de que la cantidad que ha pagado el club bávaro resulte obscena, llama la atención el mal encaje con el que ha recibido el Athletic la marcha de uno de sus jugadores bandera. Ingresar 40 millones por un futbolista que te costó seis es un negocio redondo, se mire por donde se mire. Si lo que le ha molestado son las formas, no ha hecho más que recibir una cucharada de su propia medicina. El modo de actuar del jugador y del Bayern es idéntico al que ha utilizado la entidad rojiblanca cuando ha salido a pescar a sus caladeros próximos. Pensar hoy que determinados jugadores, sean del Athletic, de la Real o del Bollullos del Condado, están identificados con el club de por vida, más que una filosofía, es una utopía.
viernes, 31 de agosto de 2012
jueves, 30 de agosto de 2012
Turismo interior
Los humanos somos así, capaces de viajar hasta la Conchinchina para descubrir el rincón más perdido de la Tierra, sin haber pisado en nuestra vida las calles de Zerain. Ascendemos un cuatromil en los Alpes, o un tresmil en los Pirineos, pero conocemos el Adarra porque es ese monte que vemos desde la autopista cuando nos desplazamos al curro. Para gustos y variedad están los colores, y para viajar, ancho es el mundo. Supongo que, como en todo, en el término medio está la virtud. Podemos compaginar un viaje a Nueva York o a India con una salida a Donibane Garazi o Gaztelugatxe, por citar algunos lugares con encanto. Pero ahora que andamos mirando el bolsillo más que nunca, practicar el turismo interior resulta más que saludable. Hace unas semanas, servidor decidió en buena compañía conocer la playa de Landa, en el embalse de Ullibarri-Gamboa, en la muga entre Araba y Gipuzkoa. Por aquello de hacerlo más difícil y dado que no nos gusta usar los GPS que te lo ponen todo a huevo, viajamos vía Bilbao sin mirar ni mapas ni webs ni gaitas. El objetivo era llegar haciendo uso de las señales de la carretera y nuestra orientación... y nos costó lo suyo. Ni una sola señal te conduce hasta el embalse. Un pequeño cartel con el indicativo Landa (en referencia al pueblo del mismo nombre) es lo único que te encuentras. Es muy cool gastarse varios miles de euros en cuchipandas en Madrid para dar a conocer las 7.000 maravillas vascas, pero no está de más invertir unos céntimos en señalizar nuestros parajes más preciados. Ya de paso, acondicionamos los retretes del embalse, que olían a tigre de Bengala.
domingo, 5 de agosto de 2012
Juegos de paréntesis
Los Juegos Olímpicos son un mundo de contradicciones. Durante 17 días prestamos atención a disciplinas deportivas que nos han sido ajenas los cuatro años anteriores. Hacemos un paréntesis y presenciamos los ejercicios de gimnasia, las competiciones de natación de todos los colores (conozco a auténticas entusiastas de la natación sincronizada), las de tiro con arco y lucha libre, vemos ensimismados las exhibiciones de doma clásica, seguimos la vela, el remo y el piragüismo, y, cómo no, no nos perdemos los partidos de voley-playa, que se juegan frente al número 10 de Downing Street y alegran la vista. Curioso deporte este último en el que las chicas se tapan lo justo y a los chicos solo les falta ponerse una zamarra cuando, la verdad, podrían jugar sin camiseta. Hace unos días, en la redacción de este periódico, unos cuantos compañeros hicimos corrillo junto a la televisión para ver el combate en el que el gasteiztarra Sugoi Uriarte competía por lograr la medalla de bronce. La mayoría éramos profanos en la materia, salvo uno, que dominaba el arte del judo. Así que como la cosa no se resolvía, hubo quien soltó aquello de "¿hay gol de oro?" cuando se intuía que la lucha iba a acabar en empate. Sea judo, tenis de mesa o waterpolo, durante estos días nos abonamos a los cursillos acelerados para aprender las normas, usos y costumbres de muchos deportes que hibernan en el olvido durante las Olimpiadas (el periodo que va de unos Juegos a otros). Y ya puestos en contradicciones, qué decir del fútbol, convertido estos días en un deporte de segunda fila que se juega en estadios semivacíos.
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